Renacer | Stef Arreaga
Un país de belleza y dolor
Guatemala es un país pequeño de Centroamérica contiguo al extremo sur de México. Nuestra historia está marcada con mucho dolor, lágrimas y sangre desde el colonialismo hasta la actualidad. Los 36 años de guerra interna dejaron secuelas graves y heridas que aún están abiertas.
En Guatemala no tenemos muchas alegrías colectivas, pero cuando la selección de futbol empató con un gol a Brasil en 1998 se hizo fiesta nacional que se recordará por los siglos de los siglos. Nuestras tres medallas olímpicas en la historia nos han desbordado de felicidad. Las ferias locales con los juegos más sencillos son una gran alegría, ahí sabe a gloria comerse un elote loco, unas garnachas o una bolsa de churros.
Disfrutamos plenamente de la Semana Santa, algunos visitando nuestras playas de arena negra del pacífico, ríos, lagos y pueblos, mientras los demás acompañan las tradicionales procesiones que pintan las calles de colores con las más hermosas alfombras hechas con aserrín. Nuestros mercados diariamente nos dan un espectáculo de colores y sabores.
Y aunque vamos ocupando los primeros lugares en corrupción y pobreza en la región y tenemos grandes problemas socio económicos, la gente no deja de ser la más cálida, hospitalaria y solidaria que encontrarás.
Rodearse de guatemaltecos es como un abrazo tibio al alma. Generalmente en medio de la angustia encontramos el lado positivo de la vida y preferimos sonreír, incluso creando chistes y memes de nuestras propias desgracias —quizá como una forma de autocuidado inconsciente y para que duela menos— nos gusta cocinar y compartir un “muñeco” de tortillas con un plato de frijoles con crema y una taza de café con pan dulce. Bailamos al ritmo de la marimba o de la música que nos toquen mientras arrastramos el pino fresco por el salón. Los guatemaltecos se emborrachan hasta olvidar las penas y al otro día siempre hay alguien que invita a un caldo de huevos o un atol blanco para la resaca, porque como bien lo diría nuestro premio nobel de la literatura, Miguel Angel Asturias, “en Guatemala, solo se puede vivir bien a verga” en donde hacía una clara referencia a la evasión de la realidad en la que se vive en nuestro pequeño país.
Un guatemalteco te hará sentir como si te conociera de años, te extenderá su mano y confiará inocentemente en ti. En Guatemala hay más gente buena que mala, más gente generosa que envidiosa, más sonrisas que lágrimas y así es como nos convertimos en el país de la Eterna Primavera, no solo por el clima cálido y su majestuosa grandeza natural y cultural, sinó porque esa primavera la llevamos en el alma.
Periodismo con propósito
Así que con la anterior descripción, ser periodista en Guatemala no es poca cosa, en esas escasas 42 mil millas de extensión, se guardan historias que nunca se han contado. Darle voz a quienes han sido silenciados ha sido mi objetivo desde que comencé a ejercer la profesión en mayo del 2014.
Tuve la fortuna de comenzar a trabajar en un medio de comunicación no corporativo, un medio que no criticaba el activismo desde el periodismo, un medio que nació exactamente para darle voz a los más desposeídos, a los marginados, a los olvidados. Me permitía explorar y trabajar en temas de memoria y la defensa de los derechos humanos —especialmente de mujeres, niñez y adolescencia— de los pueblos originarios, los recursos y el territorio.
Trabajar en Prensa Comunitaria nos ponía de cierta manera en la mira de los poderosos y corruptos. Al no ser un medio cooptado, siempre había situaciones de peligro alrededor de las y los periodistas principalmente en contra de quienes trabajaban desde las comunidades. Cubrí historias desgarradoras de injusticias, desalojos, hambre y asesinatos. Nunca normalicé ni me acostumbré a eso, pero entendí que en Guatemala nos acostumbramos a vivir con miedo y se hace parte de nuestro diario vivir.
El fuego cambió todo
Mi vida entera cambiaría en marzo del 2017 sin saberlo. Unos meses antes pareciera que la vida me estaba preparando emocional y espiritualmente para enfrentarme a uno de los más grandes terribles escenarios de muerte y dolor en la historia reciente de nuestro país.
El día 8 de marzo, pero de 1908, en la fábrica textil Cotton de Nueva York, un grupo de mujeres trabajadoras comenzaron una protesta para exigir igualdad de salarios a los de los hombres y mejores condiciones laborales. El dueño de la fábrica cerró las puertas con las mujeres dentro y luego comenzó un incendio.
Nadie les abrió la puerta. 129 mujeres murieron quemadas y con asfixia por inhalación de monóxido de carbono.
El 8 de marzo del 2017, la historia se repitió en un hogar de abrigo, resguardo y protección de niñas y jovencitas menores de 18 años. Un día antes, un grupo de adolescentes comenzaron una protesta y el plan para escapar de los malos tratos, de las condiciones inhumanas en las que moraban, incluyendo alimentos en descomposición, castigos más parecidos a torturas e incluso una red de trata de la que poco se habla. Al escapar, la policía atrapó a más de la mitad de las adolescentes, 56 de ellas fueron rociadas con gas pimienta y lastimadas con escudos plásticos y batones bajo un despliegue desproporcional del núcleo de reserva de la Policía Nacional Civil. Las autoridades gubernamentales y del hogar que estaban a cargo de ellas decidieron encerrarlas en un salón de clases de 22 x 26 pies².
En las primeras horas del 8 de marzo comenzó un incendio. Nadie abrió la puerta. 41 de ellas murieron quemadas y asfixiadas por inhalación de monóxido de carbono. Solamente 15 de ellas sobrevivieron con amputaciones y quemaduras graves.
El llamado a actuar
Mi vida no cambió ese día haciendo periodismo. Estaba tomando un tiempo para cuidar a mi bebé. Mi vida cambió ese día porque decidimos junto a mi mamá y un pequeño grupo de amigas, no quedarnos sin hacer nada.
Salimos a ayudar durante la emergencia, pero a falta de presencia del Estado de Guatemala, nos quedamos haciendo lo que nadie estaba haciendo. Elaboramos el primer listado oficial de fallecidas, ayudamos a familias a trasladarse a los hospitales e incluso a la morgue, dimos la noticia a las madres que esperaban respuestas del estado de sus hijas, apoyamos en el reconocimiento de los cuerpos y coordinamos apoyo para las familias. Todo como sociedad civil. De ahí formamos el Colectivo 8 Tijax.
Mi trabajo como periodista poco a poco se fue fusionando con mi trabajo dentro del colectivo. Llegamos a tribunales con la representación de más de 20 víctimas pero por falta de recursos económicos, después de seis meses de proceso penal, entregamos los casos a los abogados del Bufete de Derechos Humanos, expertos en casos de genocidio, crímenes de lesa humanidad y otros casos de gran envergadura.
Información demasiado peligrosa para publicar
Estar en medio del proceso penal me permitió conocer datos que hasta el día de hoy no han salido a la luz, a pesar de estar ya en la etapa final del juicio. La información era tan poderosa pero a su vez era tan delicada, que de haber sido publicado hubiera firmado mi sentencia de muerte. Hasta el día de hoy, esos datos siguen guardados en mi mente. Pero aún así, me costó el exilio involucrarme en este caso en donde estaba implicado el presidente de la república en ese tiempo, Jimmy Morales.
Vida en el exilio
Luego de decenas de amenazas, incidentes de seguridad y la certeza que nadie me protegía, decidí salir de mi país junto a mi pequeña familia. Empacamos en una maleta un montón de recuerdos, vivencias, y la sensación de ese último abrazo que nos dimos con nuestros seres queridos. Después de casi 4 años aún seguimos adaptándonos a esta nueva vida.
El proceso para los niños supongo que ha sido un poco más fácil, comenzaron a dominar el idioma rápidamente, el clima ya no es un problema y entendieron que la crianza de quienes han crecido aquí no incluye beso y abrazo al saludarse, tampoco el apego a la familia, las redes comunitarias y de apoyo. El espacio personal es más distante y la expresión emocional no es tan abierta e intensa como la de los latinos.
Para mí, el proceso de adaptación fue un poco más complejo, principalmente por el trabajo. Pasé de hacer investigaciones y peritajes a limpiar baños y salones de una clínica de diálisis. Pasé de producir una o dos notas de prensa por día a repartir paquetes para Amazon. Y aunque siempre he creído que todo trabajo es digno, tuve un choque emocional con mi nueva realidad.
Sanación, duelo y aceptación
Después de trabajar el duelo de las 41 niñas, comencé a trabajar mi propio duelo, el desarraigo y la falta de pertenencia. Pasé cientos de horas de terapia para dejar de lamentar mi presente y aceptar con amor esta nueva oportunidad de vida junto a los seres que más amo en la tierra: mis dos hijas, mi hijo y mi esposo.
Aprendí a soltar la casa que construí en Guatemala y que perdí en un abrir y cerrar de ojos. Entendí que mi nueva vida es aquí, no allá. Y que la complicidad, el amor y la ternura que envuelve mi matrimonio abraza y protege a nuestros niños a donde quiera que vayan.
Hoy en día puedo ver mi presente, agradecer cada una de las oportunidades que se nos presentan y abrazar la paz con la que nos acostamos y nos levantamos cada mañana. Fue aquí donde descubrí que en Guatemala nos acostumbramos a vivir con miedo, con zozobra y la incertidumbre si todo estará bien al día siguiente.
Una deuda pendiente
Se que aún tengo algo pendiente con las 56 del Hogar Seguro Virgen de la Asunción. Se que pronto vendrá la oportunidad de generar aquellos sueños que nacieron en mi mente para dignificar a cada una de ellas, y germinará con amor aquella semilla que fue plantada con dolor.
Por lo pronto continuaremos este caminar con mucho agradecimiento por lo aprendido y por lo vivido.
Stef Arraga es una periodista guatemalteca actualmente exiliada en Estados Unidos debido a su labor investigativa en un caso que involucra al gobierno de Guatemala. Actualmente trabaja como freelance para diversos medios de comunicación. Además, es parte de la junta directiva de la Comisión de Derechos Humanos de Guatemala (GHRC) y miembro de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos (NAHJ) y exbecaria de la International Women’s Media Fundación (IWMF). También es fundadora del colectivo Ocho Tijax, enfocado en derechos humanos. Actualmente reside en Massachusetts con su familia, y continúa contribuyendo al periodismo desde su labor independiente.
Escrito por Stef Arreaga | Fotografía de Chessin Gertler.